sábado, 30 de septiembre de 2023

II. ΓΝΩΘΙ ΣΑΥΤΟΝ (conócete a ti mismo)

Es habitual que, en multitud de debates y tertulias acerca de la educación salga el nombre de Sócrates y la filosofía como argumento último de autoridad. Si algo lo dijo Sócrates (y, por ende, Platón) ha de ser evidentemente irrebatible, ¿por qué? Porque todos sabemos que si lo dijeron los antiguos griegos por fuerza mayor ha de ser cierto e incontestable. El peso del nombre es más grande que el de cualquier otro argumento.

Pues bien, en esta entrada quería dar una respuesta lo más aséptica y concreta posible a la pregunta ¿qué significa exactamente conocer para Sócrates? La respuesta es tan sencilla como enigmática: conocer es, conocerse a sí mismo. 

Bien pudiéramos afirmar, sin rubor a equivocarnos, que dicha contestación sintetiza al menos, una de las dos grandes tradiciones de la filosofía griega, pero sin duda, la que más influencia tuvo a lo largo de los siglos, la de Platón. 

Conocer es igual a conocerse a sí mismo, pero ¿por qué? En el siglo actual conceptualizamos frecuentemente la acción de conocer como lo hace la ciencia moderna: la realidad entera, es decir, todo lo que sentimos y percibimos se da entre digamos, dos entes; un sujeto (yo mismo) y un objeto (él, ello), aquello que queremos investigar, lo que deseamos conocer. Podríamos afirmar que la acción se produce en el momento en el que el biólogo se enfrenta a un objeto alojado fuera de sí mismo, de su conciencia, como un saltamontes, una neurona o un elemento químico. 

La realidad se plantea para el científico siempre en una dualidad, el hombre y el objeto de estudio, un objeto que le es ajeno a su propio ser, a su conciencia, con el que puede interactuar pero que para conocerle verdaderamente necesita “apresarle”, ¿cómo? Deconstruyéndole en partes, dividiendo su esencia en porciones mas comprensibles, el mecanismo, su lógica, rastreando el ADN inserto en cada célula.

Sin embargo, para el Sócrates platónico el método científico estaría mal planteado desde su base ¿por qué? Pues porque la ciencia sitúa el método bajo una premisa falsa de antemano: la de que la realidad está dividida en dos entes separados, mi “yo mismo” y el objeto que deseo conocer (el biólogo y el saltamontes). 

El planteamiento socrático es mucho más aperturista que el reduccionismo científico. Conocerse a sí mismo implica conectar con una verdad que es anterior al lenguaje humano, al lenguaje proposicional, encargado de designar las  cosas que percibimos, encargado de designar quién soy yo y quien es él. Conocerse es conectar con la esencia de la realidad que constituye todo cuanto hay, y esa realidad, la realidad en sí, es universal, acoge todo cuanto “hay”. De tal manera que, al conocerme yo mismo, si profundizo lo suficiente, llegaré a la conclusión de que, en esencia, todo cuanto hay es la misma cosaA esta parte que conecta con ese Todo y de la que frecuentemente intuimos su existencia  es a lo que llamamos el alma.

Superar la mirada de los sentidos físicos y conseguir ver con el alma es lo que el esclavo hace cuando abandona la caverna y contempla por primera vez la luz, porque al hacerlo, entiende de forma espontánea la realidad que nos conecta con todo, una verdad que va más allá de su egoísmo y del reduccionismo cientificista, una verdad que desborda los conceptos de sujeto y objeto y nos unifica con Todo lo que existe. Conocerse uno mismo es, en definitiva, conocer la esencia que excede al ser humano animal y encuentra al ser humano metafísico. 

 

martes, 26 de septiembre de 2023

I. Me llamo Iván, encantado

¡Saludos! 

Mi nombre es Iván y actualmente estoy cursando el máster de educación secundaria porque quiero ser profe de filosofía. Este último curso terminé el grado aunque a decir verdad, lo comencé mucho antes (allá por el 2012), sin embargo, una profunda desmotivación (esencialmente laboral) me llevó a abandonarlo al final del 2º curso y empecé un grado superior de dietética que llevaba tiempo queriendo hacer.

Más tarde la cosa fue que, me di cuenta que Valladolid no es una ciudad para dietistas (menos aún para filósofos) y aunque conseguí trabajar de ello en farmacias y herbolarios, pronto llegó el COVID que me devolvió a la realidad, una realidad profundamente compleja y precaria que muchos como yo han vivido y viven en la actualidad, la de la comida rápida. Y a pesar de que todos conocemos estudiantes que se han servido de ella por unos fines más nobles, otros la viven encadenados al yugo de la necesidad, la comodidad y la incapacidad para salir de la cueva. 

Este sector, el del “fast-food”, supone la punta de lanza de la extrema tecnificación del sector servicios, y precisamente por este motivo, porque baila mejor que nadie en este carnaval veneciano que es la posmodernidad, encierra en su praxis el sometimiento del hombre a la técnica de la que ya nos advirtieron Heidegger y Gasset a comienzos del siglo XX. Un encierro que opaca la capacidad crítica de todo el que cae bajo su práctica durante el tiempo suficiente, condenándolo así a una estrecha y pragmática  visión de la vida. 

Tal vez esta no sea la presentación esperada y pro-positiva que alguien espera leer en un blog de educación de un aspirante a profesor de filosofía, pero creo que es necesario subrayar desde el comienzo las espinas que uno ha de deglutir para llegar a tocar la rosa que corona la cúspide. 

 

Un saludo a tod@s, 

Iván 

XX. La diversidad a escena: TEA y mi partida

Bueno, llegados a este punto final del blog, al menos en lo que respecta a la asignatura Procesos y contextos educativos, he decido dedicar ...