Es habitual que, en multitud de debates y tertulias acerca de la educación salga el nombre de Sócrates y la filosofía como argumento último de autoridad. Si algo lo dijo Sócrates (y, por ende, Platón) ha de ser evidentemente irrebatible, ¿por qué? Porque todos sabemos que si lo dijeron los antiguos griegos por fuerza mayor ha de ser cierto e incontestable. El peso del nombre es más grande que el de cualquier otro argumento.
Pues bien, en esta entrada quería dar una respuesta lo más aséptica y concreta posible a la pregunta ¿qué significa exactamente conocer para Sócrates? La respuesta es tan sencilla como enigmática: conocer es, conocerse a sí mismo.
Bien pudiéramos afirmar, sin rubor a equivocarnos, que dicha contestación sintetiza al menos, una de las dos grandes tradiciones de la filosofía griega, pero sin duda, la que más influencia tuvo a lo largo de los siglos, la de Platón.
Conocer es igual a conocerse a sí mismo, pero ¿por qué? En el siglo actual conceptualizamos frecuentemente la acción de conocer como lo hace la ciencia moderna: la realidad entera, es decir, todo lo que sentimos y percibimos se da entre digamos, dos entes; un sujeto (yo mismo) y un objeto (él, ello), aquello que queremos investigar, lo que deseamos conocer. Podríamos afirmar que la acción se produce en el momento en el que el biólogo se enfrenta a un objeto alojado fuera de sí mismo, de su conciencia, como un saltamontes, una neurona o un elemento químico.
La realidad se plantea para el científico siempre en una dualidad, el hombre y el objeto de estudio, un objeto que le es ajeno a su propio ser, a su conciencia, con el que puede interactuar pero que para conocerle verdaderamente necesita “apresarle”, ¿cómo? Deconstruyéndole en partes, dividiendo su esencia en porciones mas comprensibles, el mecanismo, su lógica, rastreando el ADN inserto en cada célula.
Sin embargo, para el Sócrates platónico el método científico estaría mal planteado desde su base ¿por qué? Pues porque la ciencia sitúa el método bajo una premisa falsa de antemano: la de que la realidad está dividida en dos entes separados, mi “yo mismo” y el objeto que deseo conocer (el biólogo y el saltamontes).
El planteamiento socrático es mucho más aperturista que el reduccionismo científico. Conocerse a sí mismo implica conectar con una verdad que es anterior al lenguaje humano, al lenguaje proposicional, encargado de designar las cosas que percibimos, encargado de designar quién soy yo y quien es él. Conocerse es conectar con la esencia de la realidad que constituye todo cuanto hay, y esa realidad, la realidad en sí, es universal, acoge todo cuanto “hay”. De tal manera que, al conocerme yo mismo, si profundizo lo suficiente, llegaré a la conclusión de que, en esencia, todo cuanto hay es la misma cosa. A esta parte que conecta con ese Todo y de la que frecuentemente intuimos su existencia es a lo que llamamos el alma.
Superar la mirada de los sentidos físicos y conseguir ver con el alma es lo que el esclavo hace cuando abandona la caverna y contempla por primera vez la luz, porque al hacerlo, entiende de forma espontánea la realidad que nos conecta con todo, una verdad que va más allá de su egoísmo y del reduccionismo cientificista, una verdad que desborda los conceptos de sujeto y objeto y nos unifica con Todo lo que existe. Conocerse uno mismo es, en definitiva, conocer la esencia que excede al ser humano animal y encuentra al ser humano metafísico.